ENTREGA 3
Entre lo divino y lo prohibido:
santos, milagros y
espantos
de La Mojana
Algunos de estos santos, en lugar de apelar al don de la ubicuidad, han optado por tener versiones de sí mismos en los diferentes municipios y corregimientos, lo que también ha aumentado la lista de fiestas y celebraciones en toda la región de La Mojana.
A su vez, además de los herederos de la marquesita, los curanderos y las brujas, existen otros seres que, entre lo divino y lo insondable de la ciénaga, cumplen con unos deberes impostergables: los de asustar, hechizar o matar a quienes tengan la suerte de toparse con ellos.
Estas son historias que siguen latentes, a medio camino entre la fe y el delirio, y que han sido heredadas de generación en generación. Aquí, la devoción no distingue entre lo sagrado y lo profano; en La Mojana, una simple ficha de dominó puede ser la encarnación de lo divino y un hombre sin cabeza, el augurio de un destino inevitable. Bienvenidos a un mundo donde lo extraordinario es parte de la rutina y el milagro es tan tangible como el agua que inunda los pueblos.
Además de la ofrenda en metal, el agradecimiento por haber hecho el milagro tenía que ir acompañado de un festín con música de gaita corta, gaita larga o pito traverso en la casa de los dueños o del receptor de la bendición. A ese tipo de celebración se le llamaba velación y toda la comunidad iba a ponerle ofrendas y a bailar alrededor de Jesusito.
Antes de iniciar la ceremonia, los feligreses debían presentarse con un sirio o un paquete de velas como tributo, hacían la petición, encendían la candela y cuando ya había pasado el último, empezaba la parranda.
En una ocasión llegó al pueblo un sacerdote de Medellín al que le dio erisipela, una infección que hacía que se le pudriera la piel, así que la comunidad le aconsejó que le pidiera el milagro al santo.
Días después, el cura pidió a los propietarios de Jesusito que se lo prestaran. Aunque al principio dudaron, accedieron confiados por tratarse de un hombre de Dios. Tal fue el apego del sacerdote a la figurita, que se la llevó a Medellín y, hasta el día de hoy, nunca volvió a aparecer en el pueblo.
Cuentan que había otro Jesusito hecho de piedra negra que parecía tener la forma de hombrecito en el municipio de Tomala. Igual que al Jesusito de Gabo, éste tenía dueños que a veces lo prestaban según las necesidades de los creyentes, pero dicen que un día no quiso salir de su casa; se puso tan pesado que 12 personas no pudieron cargar con él y en un momento, se encendió en una llamarada impidiendo que cualquiera lo pudiera tocar. Cuando al fin bajó la intensidad de la llama, se dejó sacar de la casa, pero cuando estaban pasando cerca del cementerio, desapareció.
En Sucre, Sucre, se le atribuyen varios milagros, pero tal vez el más conocido es el de hacer crecer la vulva de una señora. Fue tan efectivo el santo que la mujer no podía caminar con el milagro entre las piernas, por lo que regresó a pedirle que se la redujera de nuevo y Jesusito, misericordioso, así lo hizo.
Tiempo después, cuando quiso mostrarla a los vecinos, se dio cuenta de que la figurita estaba tomando forma; parecía una versión miniatura de la Estatua de la Libertad, así que decidieron ponerla en un nicho, como una suerte de altar.
En 2010 hubo una gran inundación en varios pueblos de La Mojana, y el municipio Sucre, Sucre, fue uno de los más afectados. Muchos animales y enseres se perdieron para siempre, incluida la Santa Ficha. Isidro Álvarez, el actual dueño de la casa, aún tiene la esperanza de que vuelva a aparecer.
La devoción por San Botín
El gestor cultural Julián Díaz recuerda que, cuando se asomó a ver qué ocurría, volaban puños y patadas; el que no estaba en la pelea, era absorbido por ella como fuera. “Hasta el padre Arturio se llevó su trilla”, cuenta el majagualero.
Al rato, uno de los pocos que aún se acordaba del santo, se metió en la orilla de la ciénaga, sacó a San Botín del agua y en el momento en el que lo hizo, comenzó a llover sin parar. Cuando la gente vio la figura, volvió a lo suyo, y en lugar de golpes, chocaron las copas y los vasos llenos de licor.
Santos por todas partes:
Santa Tacita y San Lucio
El rumor se regó y los habitantes del corregimiento La Concepción la bautizaron como "Santa Tacita” y le erigieron un altar. Al igual que con los demás santos, la familia que la encontró, la acogió y desde entonces los fieles llevaron pequeños regalos, creyendo en su poder milagroso, hasta que alguien la tomó y nunca más se volvió a saber de ella.
Los habitantes del corregimiento La Concepción le erigieron un altar a "Santa Tacita”.
En la región, no es raro convertir en santos a objetos que parecen tocados por lo divino. Cualquier piedra, cualquier forma que se asemeje a una figura humana, se adorna con nombres como San Petronio o Santa Tacita.
De hecho, hay santos que han cambiado de nombre… y de sexo. Gracias a Orlando Fals Borda sabemos que, en Sucre, Sucre, había una estatua pequeña de Santa Lucía en un altar que recibía muchas visitas y un día, a la hora del almuerzo, un niño pequeño se le quedó viendo y dijo con toda tranquilidad: “Mira, papi, Santa Lucía tiene picha”, la vergüenza, la risa y el desconcierto se asomaron en las caras de quienes lo rodeaban y, al fijarse bien, descubrieron que, efectivamente, a la santa le había salido un morro en la túnica cada vez más evidente.
El poder de los aparatos
En la isla de Güira, hay relatos sobre un hombre con una camisa color hueso que se le aparece a los pescadores en sus largas vigilias. Don Adolfo Segundo Pereira, una noche vio uno a lo lejos y pensó en alcanzarlo para no regresar a casa solo. A medida que andaba por el camino embarrado, llamó al hombre, pero éste jamás volteó. Decidido a agarrarlo, prendió la linterna y corrió tras él, pero en un momento se dio cuenta de que no lograba ver sus pies, solo su cuerpo de la tibia hacia arriba.
El pescador se detuvo y regresó tratando de encontrar las huellas del extraño, pero solo pudo encontrar sus propias huellas. —No me da miedo, pero uno siente la presencia de algo ahí, y eso pasa en ese camino de San Luis, dice. Tanto Alfonso, como su padre y su abuelo han visto al hombre bajito con pantalón caqui quien los mira y les eriza hasta el pensamiento.
El hombre sin cabeza
Una noche, vencida por la curiosidad y a pesar del temor, la abuela decidió comprobar por sí misma la veracidad de los rumores. Armándose de valor, abrió la puerta de su casa con firmeza, pero, tan pronto lo hizo, su cuerpo se desplomó sin vida en el umbral. Marta relata que el impacto de ver al hombre sin cabeza fue tan fuerte que ni siquiera en la muerte lograron acomodar bien su cuerpo: tuvieron dificultades para enterrarla porque su cabeza parecía no encontrar reposo.
Pero no fue la única víctima del espanto. Marta cuenta que el doctor Pérez, un hombre de ciencia que solía burlarse de esas supersticiones, también cayó ante la misma aparición. Una noche, asomándose desprevenido por la ventana de su casa, vio al hombre sin cabeza. Nadie volvió a escuchar sus burlas después de ese encuentro.
Los que la han visto, relatan que es una luz que se le aparece a las personas buscando que la sigan para hacerlas perder y así poder llevarlas a lugares que jamás imaginaron. Tanto Adolfo como Isidro, recomiendan no burlarse de ella y no alumbrarla con la linterna porque si ocurre, la luz se agranda y hace que las personas se desorienten aún más.
De hecho, un pescador la vio una noche en la ciénaga y lo hipnotizó hasta el punto que a donde ella fuera, él la seguía con su canoa. El hombre despertó cuando se dio cuenta de que estaba en tierra a unos 500 metros de la orilla, casi navegando sobre la carretera.
En 1957, don Sergio Marriaga, un docente veterano de Sucre, fue testigo de un robo que dejó su marca en la memoria del pueblo. Una pandilla conocida como "Los Arremangados", compuesta por jóvenes traviesos que robaban gallinas y leche, decidió dar un golpe mayor: se infiltraron en la iglesia y robaron el cáliz.
Los arremangados cayeron en el hechizo del aparato y en el lugar en el que éste se posaba,
ellos se acercaban y dejaban una torre de hostias, y así lo hicieron casa por casa hasta llegar al cementerio.
ellos se acercaban y dejaban una torre de hostias, y así lo hicieron casa por casa hasta llegar al cementerio.
Tras el robo, escaparon por el caño, dirigiéndose hacia el colegio de La Merced, entonces hecho de madera. “En la entrada, entre risas y bebida, comenzaron a contar y a construir pequeñas torres de hostias y, en ese momento, apareció La Lamparita saltando de un lado a otro de la calle con insistencia”, dice Marriaga.
Los arremangados cayeron en el hechizo del aparato y en el lugar en el que éste se posaba, ellos se acercaban y dejaban una torre de hostias, y así lo hicieron casa por casa hasta llegar al cementerio. “Cuando terminaron, La Lamparita desapareció y despertaron sin saber que su travesura tendría consecuencias terribles”, narra el viejo.
Como a los 15 días, un incendio se inició en el colegio y llegó a cada una de las casas por las que pasaron los Arremangados, es decir, en cada puerta donde dejaron las hostias, esa casa se quemó. “En cambio, las casas que no fueron marcadas por la banda, así fueran de palma, no se prendieron. Eso conmocionó a la región”.
El ciclo de lo extraordinario nunca termina en La Mojana, como en las crónicas de García Márquez, aquí lo sobrenatural no es una excepción, sino su día a día. Los santos, las historias de milagros y los aparatos son una parte esencial del paisaje, tan reales como las ceibas que sombrean las plazas.
Aun cuando las imágenes se desvanecen, como la Santa Ficha perdida en una de las tantas inundaciones, la memoria las revive una y otra vez cuando las nombra. No importa cuántos años pasen, siempre habrá un Jesusito o un San Botín esperando en algún rincón oscuro, una Lamparita iluminando el camino, y algún pescador o campesino que cuente, con un susurro, el último prodigio que presenció en la noche.