Raíces de sabiduría y
sombra en La Mojana
Algunos no conocían esta obra, otros parecían rebuscar en sus recuerdos cuando oían mencionar a la Marquesita, y otros simplemente negaban con la cabeza. Pero, cuando mencionamos poderes o embrujos, hubo quienes, sin dudarlo, narraron historias que habían escuchado de sus madres o abuelos, o que simplemente habían experimentado en su propia piel.
Es así como descubrimos que el realismo mágico no sólo se encuentra en la obra de Gabriel García Márquez, sino que vive en los pueblos del Caribe colombiano.
Uno de los pocos descendientes conocidos de este linaje fue Manuel María, un curandero temido y respetado en el corregimiento de Hato Nuevo, en Sucre, Sucre.
Don Sergio Marriaga, un docente retirado de Sucre, Sucre, recuerda cómo, un viernes, pasó frente a la casa de Manuel María y, en tono de broma, le preguntó si era brujo y lo desafió a demostrarlo. Esa misma tarde, mientras cruzaba descalzo un caño de vuelta a su hogar, fue mordido por una serpiente que le arrancó un pedazo del pie. Adolorido, corrió desesperado hasta la casa de Manuel María para pedirle ayuda.
Al llegar, el curandero lo miró y le dijo: —Te lo advertí. Luego tomó un pedazo de cabuya, lo clavó en la puerta, y Sergio vio cómo la cabeza de la serpiente aparecía, bailando como si fuera una cobra, hasta que se quedó inmóvil. Desde ese momento, Sergio respetó a Manuel María profundamente.
Fue reconocido por ser muy poderoso en veredas y municipios cercanos hasta que un día advirtió a un vendedor de serpientes que sería mordido, y, efectivamente, el hombre fue atacado. Al intentar curarlo, Manuel María fue picado en la oreja por otra serpiente, cuyo veneno deterioró su cuerpo hasta causarle la muerte. El brujo murió un domingo.
Lupe Banda, una de las mayoras del pueblo, cuenta que Victorina Acevedo, la esposa de Manuel María, también tenía conocimientos de brujería y sabía cómo sacar entierros. “No sabía leer, pero podía saber lo que una persona necesitaba simplemente con ver un tarrito de su orina”, cuenta.
Su fama trascendió fronteras, pero al igual que su amado Manuel María, un día, Victorina enfermó gravemente: su estómago se hinchó y no podía parar de vomitar. En lugar de un mico, dos sapos gigantes se habían tomado su estómago y aunque trajeron a un brujo del Piñal para calmar los espíritus que la rondaban, no lo logró y ella murió en el momento en que los sapos salieron de su boca. “Le echaron un maleficio a través de una panelita de leche que le mandaron en venganza por acostarse con maridos ajenos”, narra Lupe con suspicacia.
Las historias sobre brujos y curanderos no se detienen en Manuel María. En otros rincones de La Mojana, nuevos nombres y leyendas han marcado a quienes los han conocido. Uno de estos personajes es Pacheco, un hombre cuya vida estuvo siempre en medio del combate entre lo divino y lo oculto.
Existen dos versiones sobre su historia. Adolfo cuenta que él estaba enamorado de una joven y una noche, mientras descansaba en su chinchorro, un hombre lo retó a pelear.
“Se decía que este hombre era el diablo, y el combate desató un torbellino de fuerzas invisibles.
Aunque Pacheco no le ganó, sobrevivió, pero quedó inválido”, cuenta el pescador.
La segunda versión, narrada por el profesor Isidro Álvarez Jaraba en su libro El país de las aguas, asegura que Pacheco se interesó en una joven cuyo padre la había comprometido con el diablo. Pacheco lo desafió, y aunque quedó gravemente herido, logró salvar a la muchacha, quien luego lo cuidó hasta su muerte.
Sea cual sea la historia, en ambas Pacheco quedó paralítico. En la región se decía que en su casa colgaban hilos rojos del techo, de los cuales descendían pequeñas pastillas rojas que usaba para sanar. Y aun cuando no se pudiera mover, seguía atendiendo a enfermos dentro y fuera del pueblo, así lo tuvieran que cargar en una hamaca en ciénagas y trochas para poder atender a los enfermos.
Además de su devoción religiosa, hay otras pistas que nos hacen pensar que es Pacheco el que peleó contra el diablo y es la siguiente descripción sobre su particular anatomía: “Es un hombre desproporcionado en la forma y en consecuencia camina un poco trabajoso, como si hiciera zig-zig”. Además, cuentan que, desde pequeño fue monaguillo en la parroquia de San Benito Abad.
Pero no todos estaban de acuerdo con sus métodos. El mismo año, el Colegio Médico de Córdoba pidió al Ministerio de Salud Pública que interviniera, calificando a Pacheco como un "peligro social". A pesar de las quejas formales, Pacheco continuó con su labor y nunca dejó de atender a quienes buscaban su ayuda.
Así como este curandero ayudó a miles de personas en La Mojana, también hubo quienes fueron famosos no solo en la región, sino también en el país aún después de muertos.
Con el paso del tiempo, su nombre siguió resonando, pero ahora en las sombras del cementerio. Doña Altagracia, tía de la profesora Francisca Pérez Salcedo y guardiana de oraciones antiguas y misterios, un día le describió con precisión a su sobrina tumbas que jamás había visto. Entre ellas, la de Balmaceda.
Tiempo después, doña Altagracia llegó de visita al pueblo y se dirigió a la sepultura del hombre sin mediar palabra con nadie. Allí se encontró con botellas de aguardiente y velas negras y cuando regresó, les contó que tenía conocimiento de que brujos de todo el país peregrinaban hasta su tumba para desenterrar los secretos de los poderes que había llevado consigo a la muerte.
Majagual no se queda atrás en historias sobre rezos y magia. Julián Díaz, gestor cultural del municipio, cuenta que el brujo Miguel Palacio, un hombre de baja estatura y piel morena, realizaba rituales a medianoche entre las tumbas.
En una ocasión, cuando era apenas un niño, Julián y su primo, curiosos y temerarios, lo siguieron hasta el cementerio. Al confrontarlo, Miguel les confesó sin titubear que aquellos ritos eran necesarios para aumentar su poder que le permitía leer manos, lanzar suertes y ganarse la vida.
Pero no todos los secretos de La Mojana descansan en los cementerios. Los que no heredaron el linaje mágico de La Marquesita, encontraron otras formas de adquirir poder, a menudo recurriendo a rituales y símbolos que han trascendido generaciones. Uno de los más enigmáticos es el poder de los "niños en cruz", seres que ofrecen dones extraordinarios a quienes los porten, pero también grandes riesgos.
Los niños en cruz
Aunque parezca extraño, quien tiene un niño en cruz no puede morir hasta que alguien más lo retire y lo transfiera a su propio cuerpo. Por eso, aunque haya personas con poderes, si son atacados y malheridos, por más que sean inmortales, quedan en un limbo permanente.
En San Marcos, uno de los más conocidos fue Abel Luna, quien se decía se transformaba en hicotea o en culebra para desvanecerse frente a sus enemigos. Un día, gravemente herido, no había podido morir hasta que otro brujo, llamado Antanas, realizó un ritual para transferir el niño en cruz a su propio cuerpo. Solo entonces, Luna pudo cerrar los ojos.
Además de usar los poderes para sanar, herir o volar, hay quienes también utilizan los poderes para controlar las plagas de los cultivos.
En la vereda Buenos Aires, Sucre, se dice que, aunque esta práctica es frecuente, la plaga no desaparece, sino que siempre cobra un cultivo vecino por lo que todos los agricultores deben ponerse de acuerdo, sabiendo que, en algún momento, alguien tendrá que asumir las consecuencias.
Personas compuestas
Pero esto no solo les ocurre a las mujeres. A solo diez minutos de San Marcos, el corregimiento de Belén tiene una fama que aterroriza a muchos hombres.
"Aquí hay que bajarse de la cama con chanclas porque si uno anda descalzo, lo atrapan", advierte Johny Viloria, oriundo de La Sierpe.
Viloria cuenta que su sobrino dejó a su esposa Rosa por una joven que lo hechizó con su mirada. "Echó a su mujer a la calle", recuerda Johny, "y aunque la volvimos a meter en la casa, él ya no quiere ni tocarla. No es extraño escuchar que algunas mujeres tengan hasta tres maridos bajo el mismo techo”, cuenta. La historia de Johny es solo una de las muchas que flotan en el aire caliente y denso del corregimiento.
El espíritu de esta tierra milenaria no solo es guardián de los secretos de la Marquesita, sino que también oculta los secretos de los panzenúes y de otros tantos que llegaron a esta tierra a ocultar sus tesoros durante años, dejando sus huellas enterradas bajo algo más que tierra, con magia.
El corregimiento de Belén, en San Marcos, tiene una fama que aterroriza a los hombres.
El discreto juicio de los entierros
Allí encontraron una guaca grande y contrataron a tres personas que tenían fama de saber hacer rezos y rituales indígenas para desenterrarla, pero cuando por fin dieron con el lugar, la guaca “se corrió” y no se dejó sacar. “Cuando los tesoros sienten malas intenciones de alguno de los presentes, tienden a desaparecer o a esconderse de sus buscadores”, dice Perea.
Tanta era la terquedad de la isla por no dejarse explorar, que seis de los veinte socios que se aventuraron en sus tierras murieron en extrañas circunstancias, antes de que los demás decidieran abandonar el negocio. Adolfo casi pierde la vida cuando cayó una noche de su canoa y solo en ese momento decidió retirarse de la búsqueda.
A su vez, hay quienes sí han hecho fortuna con el tesoro de los pueblos ancestrales como el padre de Ángel Méndez que descubrió una tinaja de oro en una isla y poco después, una familia de Nariño, Sucre, se encontró un trozo de metal dorado avaluado en mil millones de pesos. “A este punto casi todas las islas ya han sido saqueadas de arriba a abajo por guaqueros y curiosos”, cuenta Ángel.
A pesar de las historias sobre otros habitantes de la región que han cambiado su suerte gracias a los entierros indígenas, Adolfo prefiere no tentar al destino. Observa los movimientos del agua con la paciencia que dan los años, cada onda le habla, cada remolino es un presagio. Nunca ha deseado nada más de lo que la ciénaga quiere ofrecerle, por eso prefiere leer las señales del agua y acatar sus mandamientos.
Las brujas de la Mojana
En Sucre, Sucre, se cree que la presencia de pájaros, puercas o gallinas preñadas a medianoche es señal de que hay una bruja cerca. Doña Lupe, una de las mayores del pueblo, ha tenido varios encuentros con ellas y no les teme.
Hace un año, Lupe escuchó un chiflido en su casa. Intrigada, entró a la habitación y encontró unos pantaloncillos fuera de lugar. Al agarrarlos, escuchó una voz que gemía: "Ay, Lupe, suéltame". Sorprendida, jugueteó con la prenda un poco más, mientras la voz seguía implorando.
Confundida, Lupe no sabía cómo soltarlos, así que pidió indicaciones hasta que, finalmente, la misteriosa voz, que parecía pertenecer a una bruja, le explicó: "cogiste el pantaloncillo y me atrapaste, ahora suéltame", y luego le explicó qué hacer para liberarla.
No todas sus experiencias con brujas terminaron bien. Una noche, convencida de que una vecina bruja había entrado en su casa, Lupe esperó pacientemente hasta que la intrusa estuviera adentro y luego cerró la puerta con una escoba, dejándola atrapada. Desde dentro, la mujer suplicaba: "Déjame salir". Pero Lupe, con una sonrisa traviesa, le respondió: "Te irás en la tarde". Después, salió de la casa riendo, dejando a la bruja encerrada.
Esa misma noche, Lupe enfermó gravemente y, mientras buscaban un médico, encontraron una puerca recién parida con siete lechones. Al patearla en la pata izquierda, escucharon el llanto de una mujer. Al día siguiente, Lupe vio a su vecina adolorida sentada en una mecedora y le reclamó por haberla enfermado. La vecina, sin rodeos, le respondió: "Te quería matar porque me haces muchas maldades".
En San Marcos, por ejemplo, se dice que las brujas suelen transformarse en pájaros o zorras. Doña Marta Correa, una señora que vende jugos frente a la iglesia, cuenta que tenía una vecina de la que se rumoraba que era bruja. Una tarde, en su casa de palmas y bahareque, escucharon un golpe seco en el techo. Su padre salió a investigar y encontró un pájaro gigante al que bajó a golpes. Al día siguiente, la nieta de una vendedora de frutas del barrio explicó por qué su abuela no se había levantado a trabajar: "Mi abuelita está en casa porque ayer se cayó y no ha podido levantarse".
En Majagual, Julián Díaz recuerda a un sacerdote que era conocido por ser muy enamoradizo. "El cura siempre le echaba el cuento a las mujeres, aunque tuvieran marido", relata. En una ocasión, tres mujeres que decían ser brujas decidieron darle una lección. Sabían que, cuando se iba la luz, el párroco acostumbraba a pararse frente a la casa cural, así que lo esperaron, le coquetearon y pronto recibieron respuesta.
Esa misma noche, el clérigo amaneció encaramado en la copa de una ceiba sin poderse bajar y solo hasta el amanecer lo encontraron unos vecinos quienes lo ayudaron a descender. Al parecer, las brujas eran volantonas y quisieron darle una lección al curita por su coquetería.
“Todo comenzó con la trágica muerte de un niño que se ahogó, justo en una época en la que otros niños y jóvenes empezaron a jugar con la tabla ouija. Era como si algo oscuro se hubiera liberado”, narra. Y lo que siguió fue sorprendente.
En el colegio, algunos estudiantes experimentaron transformaciones extrañas como desarrollar una fuerza descomunal. Había una niña de 12 años a la que cinco personas luchaban por contener sin éxito.
El hermano de Francisca, quien era profesor en la institución, intentaba sujetarla, pero ni él ni otros podían controlarla. Además, la niña hablaba en lenguas desconocidas, con una voz grave y monstruosa. Finalmente, tuvieron que llevarla a Sucre, Sucre, para liberarla.
“Esto duró casi dos años. Los maestros y el sacerdote del pueblo tuvieron que intervenir en muchas ocasiones”, cuenta Fabio a quien le tocó acompañar a los maestros hasta las dos de la mañana más de una vez, para ayudar a liberar a los estudiantes.
La situación parecía una lucha entre los poderes de La Mojana y los de La Guajira, que se habían desatado con una fuerza impresionante. Con el tiempo, las cosas empezaron a calmarse, y los brujos guajiros se retiraron, lo que permitió que el pueblo volviera a una cierta armonía.
“Ella tenía tanta fuerza que entre hombres no podíamos contenerla así que llamaron al brujo Antanas y le pidieron ayuda”, dice. Antanas, el brujo que ayudó a morir a Abel Luna al principio de este relato, la amarró con una cadena y la azotó, la voz gruesa y gutural que salía de su garganta se enfureció y él pidió que lo dejaran solo con ella.
Después de un rato de escuchar cómo Antanas no paraba de hacer rezos y golpear a la niña John escuchó un estruendo en la habitación y el hombre dejó pasar a la familia. La muchacha estaba tumbada en el suelo sin rastro de heridas y sin espíritu adentro. Tiempo después, Antanas fue asesinado en este municipio y nadie sabe qué pasó con su niño en cruz.
Así como esta historia de batallas de brujos y niños y niñas poseídos, hay una escondida en cada mojanero. Por eso, cuando se le pregunta a un habitante de estos territorios si conoce de curanderos o hechizos, no es de sorprender que tenga una historia parecida a la de una señora sanmarquera o de otros habitantes de veredas como Guaripa, La Ventura, Belén y la misma Sierpe. Esta red interminable de cuentos, anécdotas, testimonios y leyendas atraviesa a los habitantes de esta gran colcha de agua sin que parezca que ya han pasado 70 años desde que Gabo la narró por primera vez.
Cada historia que escuchamos en La Mojana, cada relato sobre brujos, curanderos, "niños en cruz" y brujas, revela una verdad que trasciende la ficción: el realismo mágico que inmortalizó Gabriel García Márquez en sus obras es más que un recurso literario. Es una realidad viva, palpable en los recuerdos de las personas que habitan estos territorios.
Las historias que compartimos aquí habitan las calles, los cementerios, y las mentes de quienes aún creen en lo inexplicable. Es en ese entrelazado de lo fantástico y lo cotidiano donde radica la verdadera magia de La Mojana, el Macondo anfibio del nobel.